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domingo, 17 de julio de 2016

¡ZASKA!











Pasada ya la resaca del solsticio y su fragor de traca y fuego, quería retomar mi escritus interruptus, pero ¡ay!, descubro que los idus de Junio se lo llevaron con él.
Así que bye bye Kevin Costner, queda una historia pendiente y presiento que nos volveremos a ver.

En el intervalo de silencios transcurrido he sido testigo de un fenómeno de apariencia trivial, muchos dirían que anodino, que sin embargo a mí me ha resultado un acontecimiento extraordinario.
Me he tropezado con una nueva palabra y ¡he sido consciente de ello!
Es algo que a un crío o a un guiri le ocurre a diario de resultas de su abrupta inmersión en el océano del lenguaje, un medio extraño y como tal intrusivo, que uno tiene que aprender a encajar como buenamente se le tercie.

Pero para alguien machucho como yo la cosa debiera parecer tan exótica como descubrir el Mediterráneo. Supongo que me habrá ocurrido en infinidad de ocasiones que me habrán pasado desapercibidas, pero esta vez, tal vez por lo concentrado de su aparición, tres veces en un par de días, el impacto resonante me dejó sonado. Un paciente en la sesión, un locutor en la radio del coche, mi hija cenando y...¡Zaska! así, de golpe, sin previo aviso, en to el morro, como quien no quiere la cosa, dejándome con la sensación extraña del que regresa de un largo viaje y se ha perdido algo importante. ¡Que no te enteras, Contreras!.... Pero resulta que ahora mismo el corrector de windows la subraya en rojo, confirmando que no es una rayada mía, ok? Aunque me da que ya es tarde, y se ha infiltrado en el discurso colectivo sin distinción de estilos ni de clases. No sé si será un ave de paso o ha venido para quedarse. Nunca se sabe. Ahí está "¡jopeta!", un cadaver en el arcén del olvido que no ha mucho se pavoneaba en cada esquina (o quizás, siendo rigurosos, en cada parque de bolas, si creemos en los nichos semánticos) Que le den.

Vale, ... ¿y? ... Pues nada, que me pareció interesante y a su vez me conecta con otro asunto.
Venía de cerrar el curso con la proyección de Freud, pasión secreta (John Houston, 1962), un film que nació con vocación de clásico y que en la fiebre del tecnicolor fue rodado en blanco y negro. Monty Clift nos regala un Freud atormentado y apasionado descubriendo a machetazos la intrincada senda del inconsciente, muy diferente del astuto y consagrado burgués que recrea Viggo Mortensen en Un método peligroso (David Cronenberg, 2011). Si no la han visto, no se la pierdan.

Descuiden, no voy a destripársela. Sólo comentaré una línea muy precisa, la investigación que lleva a cabo en el tratamiento de Cecily, una paciente que hereda de Breuer y que es un remedo de la célebre Anna O. Para poder curarla, descifrando el sentido oculto del síntoma que la aqueja, va a abandonar la hipnosis, recurso que practicaba con Breuer para acceder al material olvidado, y dará paso a la técnica de la libre asociación, mediante la cual se conmina al analizante a expresar en voz alta todos los pensamientos que pasen por su mente evitando cualquier censura. Esa modificación técnica es un salto cualitativo sin precedentes, pues deja de lado la sugestión como vía de entrada al inconsciente y se abandona al poder espontáneo de la palabra desnuda, ella sí emisaria involuntaria de sus mensajes cifrados y sus señales a contrapié. Es ese hallazgo genial de Freud el que nos enseña a reconocer las huellas del inconsciente, no tanto en la profundidad de simas abisales como en la superficie del discurso, a ras de frase, en un vulgar desliz o en un inocente lapsus.

En la peli lo podemos observar en ese juego de palabras y homofonías que le lleva a asociar y transitar desde unas enfermeras peculiarmente pintadas a ... ¡tachán!... unas prostitutas. Y es ahí donde le formula la pregunta sobre cuándo fue la primera vez que escuchó esa palabra y, rastreando, rastreando, localizará el recuerdo infantil en  el que es sorprendida por su madre mientras se pintaba desmañada ante un espejo, y tirando de ese hilo, se despliega dolorosamente el dilatado historial putero de su amado padre. Pastel crucial que fantasmatizará su Edipo. No les digo más.

Días después vi Truman, la triunfadora en los últimos Goya.
Dos amigos se reencuentran para despedirse ante la inminente muerte de uno de ellos (Ricardo Darín y Javier Cámara, impecables)
La camadería fluye con la naturalidad más cotidiana y el pudor silencia la congoja que rezuman sus miradas. No se habla de sentimientos por más que se manifiestan en el borde de cada gesto.
Sobran las palabras, diría la reseña oficial, pero, disculpen que interrumpa...¿Realmente sobran?

Es éste un asunto con el que me tropiezo de cuando en vez, una suerte de consigna que preconiza el valor del silencio sobre la palabra, en la convicción de que las palabras van a embarrar lo genuino de la experiencia, así que mejor callar y quedarse con la experiencia pura y dura, sin aditivos ni colorantes.
No es éste un asunto menor ni baladí. Al contrario, a mi entender es capital. Y creo que vale la pena plantear algunas consideraciones al respecto.

La tesis más extendida que auspicia este enfoque suele endilgar al ejercicio de la palabra el calificativo de 'mental'. "Es muy mental", es el san Benito más repetido que se le cuelga al psicoanálisis desde un cierto sector de la psicoterapia humanista. A diferenciar de la crítica que se le hace desde el púlpito cognitivo-conductual, que tacha al psicoanálisis de no ser científico y arrambla con él por no ser más que pura palabrería. Son pues dos críticas que giran alrededor de la palabra, santo y seña del psicoanálisis, pero cualitativamente diferentes. Dejaré hoy a un lado la que concierne a la acientificidad del psicoanálisis para centrarme en aquella que lo denuncia como muy mental.

Es bien sabido que Perls ejerció el psicoanálisis durante bastantes años y que un conjunto de razones le llevó a abandonar su práctica y a desarrollar un modelo terapéutico nuevo y alternativo que cuajaría en la terapia Gestalt. Entre muchas de las diferencias que introduce destacaré el abandono del diván como lugar desde donde evocar 'pasivamente' recuerdos con el cuño de la infancia, es decir, de allí y entonces, para pasar a un trabajo activo centrado en el aquí y ahora de la experiencia presente.

Llevo colaborando más de veinte años en tareas de formación con un equipo de raigambre eminentemente gestaltista y bioenergética, y doy fe de que el aporte novedoso que hace su praxis es realmente eficaz y fecundo, especialmente en lo que atañe a su dimensión grupal y corporal, que es de la que he sido testigo. Es ese escenario el que me ha permitido escuchar a muchos alumnos de la más variada procedencia pronunciarse en los términos antedichos.

¿Qué se quiere decir cuando se dice que el psicoanálisis es muy mental?

Resumiré la idea que a mi entender subyace en los testimonios recogidos diciendo que mental vendría a ser sinónimo de razonativo, neologismo que abarca acepciones como razonador, explicativo, interpretador, argumentativo ... cuando no, jalarse el tarro, hacerte pajas mentales o pegarle vueltas al coco. Pues eso, muy mental. y claro, todo ello se traduce en palabras, osease, que es muy verbal.
Así que ya tenemos la ecuación completa:

Psicoanálisis = muy mental = muy verbal.

Frente a esa deriva palabrera, rotonda de extravíos varios, se promovería el valor de lo experiencial como una vía de expresión directa en su dimensión de acción y emoción (y/o sensación), que como dije antes, es algo a celebrar. Pero procede hacer algunas precisiones.

Creo en primer lugar que plantear antagonismos del tipo "mental vs emocional" conduce a un maniqueísmo simplista que no lleva a ningún lado.

No por obvia podemos omitir señalar la chapuza que supone la ecuación establecida líneas arriba.
Que mentar lo mental sea como mentar al mismísimo Belcebú es tan disparate como pensar lo verbal como caca de la vaca. Es de Perogrullo que con la palabra se puede hacer de tó, desde las mayores calumnias y estafas hasta la poesía más íntima o luminosa. Que hay palabras inanes que te resbalan y otras que son un golpe seco como un zasca.
Lacan en su obra temprana va a distinguir la palabra vacía de la palabra plena, un término que, en confianza, no me mata. Pero cualquiera puede reconocer la diferencia entre la palabra falsa y hueca de los políticos en campaña y el relato desolado de un superviviente de la última patera naufragada.
Sí, hay palabras y palabras.

Así que condenar a la palabra como tal, no sólo es un lamentable error, que lo es, sino sobre todo es abrir una puerta al horror. El psicoanálisis no concibe al sujeto sino desde su condición de sujeto del/al lenguaje. Parletre es el afortunado neologismo que acuña Lacan para dar cuenta de esta cuestión esencial. 'Hablanteser' traducen algunos, 'hablente' dicen otros. Yo prefiero 'hablaser' o 'ser de palabra'. Porque es la palabra, el lenguaje, ya lo decía Aristóteles, lo que nos hace humanos.

Concebir al hombre, o su verdadera esencia, como algo previo o ajeno al lenguaje es una pretensión animista nostálgica del paraíso, el sueño de un retorno a un estado de naturaleza, es decir, presimbólico, perdido para siempre. Volver a la selva, y no solo por su deforestación, no es un destino plausible. Exiliarse del Otro sólo conduce al autismo y al goce oscuro de lo Real. Lo cual no es óbice para que suspender transitoriamente el circuito de la cadena significante, sustraerte momentáneamente a su flujo, puedan ser experiencias cumbre, peak moments de libertad, pero como en los ejercicios de apnea, intervalos de tensión limitada. Porque no es ningún secreto que la eternidad es un instante fuera del tiempo. Pregúntenle a Amanda por sus cinco minutos.

Pero allende los cinco minutos es perentorio volver a suministrarle oxígeno al cuerpo, pensamiento al alma. Y es que no hay que olvidar que la etimología de alma es 'psijé', que también significa pensamiento, y de ahí psiquismo y sus derivados.

Aclarado esto, se puede entender que conminar a callar y no hablar de la experiencia 'x', en el afán de preservarla de cualquier mácula verbal, es cuanto menos un propósito ímprobo, por ingénuo.
Pues por mucho que a alguien le corten la lengua nunca dejará de hablar consigo mismo. Y hace mil lluvias que Simon y Garfunkel nos ilustraron sobre los sonidos del silencio.

Tras cualquier ejercicio, mi consigna siempre es otra:
"Ponle palabras.Con unas pocas basta. Con una frase sobra"
La palabra acota la experiencia. La delimita. La concreta. la subjetiviza. Le da ex-istencia.

'La palabra mata la cosa', decía Hegel. Con Lacan podemos decir que la mata simbólicamente, es decir, que la representa. Y ahí estamos. Exiliados irreversiblemente de la Cosa.
Exmatriados, habitamos una realidad representacional. No hay otra. Lo otro, su más allá, es el desierto de lo Real. Y de eso sí, como diría Wittgenstein, mejor callar.


                                                                                       En  Madrid, 17 de Julio de 2016