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sábado, 28 de noviembre de 2015

DEL PADRE FÁLICO Y EL PADRE SIMBÓLICO. Las dos caras de la paternidad



       


De la incertidumbre


"Una gota puede saber todos los secretos del mar" nos susurraba quedo Jorge Drexler en uno de sus discos mozos. Es un secreto a voces (bajitas) que el trepidante ruido de lo urgente arrambla en su frenesí. Y lo vela. Por suerte, me digo, porque hay verdades profundas que siento patrimonios íntimos que me gusta compartir con el cuidado con el que se comparte una confidencia.
¿Pero qué sentido tiene hablar de intimidad y de confidencias cuando uno escribe en un espacio público como es la blogosfera?
El mismo que avala a los poetas.
Mmm...¿Poesía, me dices? No sé yo...
Sí, poesía te digo, y no finjas no saber, pues te lo tengo dicho y redicho que poesía eres tú.
Vale, dejémoslo estar.
Apelar a la poesía no denota por mi parte ningún interés por ponerme lírico. Me guía más bien el propósito de rescatar de club tan selecto una herramienta que ayuda a afinar la aproximación a la cosa, cualquiera que ésta fuere.
En este caso, y volviendo con Drexler, tratar de plantear cómo lo pequeño, la gota, contiene las claves de lo grande, el mar. O, llevándolo a mi terreno, plantear cómo poder encerrar en un simple post las infinitas cuestiones que el tema del Padre concita. Y se hace obvio que no es cuestión de número sino de esencia.
Y de eso se trataría. De poder despejar de entre la multiplicidad de variables que atoran el campo, aquellas pocas que configuran el núcleo del asunto. Abordarlo pues, desde una perspectiva estructural. Ahí vamos.
Veníamos de la Madre Fálica, de la que dijimos que, más allá de sus máscaras, detentaba el protagonismo de ese primer tiempo del mosaico edípico que en familia conocemos como el Huevo. En ese huevo fusional dejamos suspendido al baby, atrapado en su condición de objetotapóncompletantedelamadre que llamamos falo.
Lugar bifaz donde el horror se viste de gloria, que ni la casita de chocolate.
Y dijimos que zafarse de esa trampa fetal y fatal era misión improbable sin la presencia de un tercero al que llamaremos padre -de momento*-.
Pero, ¿de quién hablamos cuando hablamos del padre?
Pater incertum est, mater certissima  fue nuestra despedida citando a los clásicos. "El padre, siempre incierto, nos salva de la letal certeza materna y nos abre la puerta de la bendita incertidumbre" fue nuestra conclusión. Pero, ya que estamos, ¿por qué la incertidumbre habría de ser bendita?

Con permiso de Heinserberg y sus derroteros cuánticos, que desconozco con conciencia, diré que la incertidumbre es uno de los nombres de la falta.
Y de Jorge Wagensberg, un científico con querencias humanistas, citaré un aforismo con el que inicia uno de sus textos:
"Pensar, es pensar la incertidumbre"
Se puede decir más alto y más largo, pero no mejor ni más breve.
Seguro que a Lacan le hubiera encantado, aunque no lo hubiera firmado. Demasiado poco críptico para su gusto. Pero aún así, igual vale la pena desencriptarlo un poco para pillarle la enjundia. Me disculpen los lectores seguidores veteranos de este blog si les suena a repetido, pero prefiero arrostrar los bostezos del repaso que el emparre de los jeroglíficos.
Así que si como proponía unas líneas arriba, la incertidumbre es uno de los nombres de la falta, y sólo desde la falta es pensable el pensar, ejercicio simbólico por excelencia, es de cajón concluir que pensar es un transitar por lo incierto.
Ya dijimos en su día, parafraseando al poeta, que no había un camino pre escrito, que se hacía camino al hablar, que a fin de cuentas no es otra cosa que pensar en voz alta, golpe a golpe y verso a verso.
Y vivir, es transitar la incertidumbre, con mayor o menor fortuna.
Y el mayor infortunio a ese respecto es verse abocado al carril de las certezas.
Ya imagino a muchos pensando, "¿Pero qué me está contando este tío?" "¿Por qué le tiene esa manía a la certeza?" "¿Qué tiene de malo saberse la tabla del siete?" "¿Qué
mosca cojonera le ha picado con la incertidumbre esa?" Menos poesía y más ciencia.
Comprendo su irritación. Ya es mucho rato divagando y dando vueltas sin llegar a ningún sitio ni sacar nada en claro que valga la pena. Algo así les ocurre a muchos analizantes sumidos en el extravío de un ir a la deriva sin un rumbo fijo y una meta incierta.
Anhelantes de directrices, de consejos, de respuestas.
Pero desde ya les digo: desconfíen de los atajos y de las recetas.

Del Padre Fálico

Entramos en el segundo tiempo, y decíamos que al irrumpir el padre resquebrajaba la verdad monolítica de la certeza materna. Es lo que tienen los monopolios. No hay lugar para la disidencia. No hay lugar para la diferencia. Y ser, es ser diferente.
Y es porque el padre aparece en escena que toda la escena cambia. No sin desgarros.
Porque es preciso desgarrarse para desagarrarse.
No es fácil soltar, soltarse.
Porque soltar es perder, pero no hacerlo es perderse.
Soltar y perder para poder ser.

Perder ese lugar de objeto del goce del Otro 
Para poder ser sujeto del deseo propio.
No es un mal trueque.
De objeto a sujeto y tiro porque me toca.
Y entrar a jugar tu deseo es entrar a jugarte la vida.
Y jugarte la vida es jugarla con riesgo, pues nadie te garantiza la victoria.
Aprender a ganar, como se puede ver, pasa por aprender a perder.
Aprender a perder es un arte. Y no cualquiera.
El arte de la derrota.

Y la primera derrota es fundante.
Dime cómo perdiste y te diré quién eres. 

Esa primera derrota que el padre infringe  es la derrota narcisista que nos derroca del trono fálico. En ese destronamiento no caemos solos. Es el Huevo entero el que se derrumba. La Reina Madre pierde el cetro y...Habemus Papam.
Con todos ustedes: El Padre Fálico.
Hay que dejar claro desde el principio que el fulgor que irradia esa figura todopoderosa le viene otorgado por la mirada deseante de la madre. O por su palabra. Una palabra que le designa como portador de un valor que la madre reconoce y valida.
Es esa mirada más allá de él, la que el baby va a registrar como indicio de que la madre está en falta, que algo le falta que él no le procura. Esa confrontación con la dimensión de la falta resquebraja el espejismo de completud que habitaba. Y es esa inscripción de la falta materna y de la propia la que será registrada como Castración Imaginaria en tanto que gira alrededor del pene que la madre no tiene y busca en el padre, portador del órgano investido como falo, atributo de la máxima valoración narcisista. Y en cuanto que lo posee aparece como completo.
Esa figura singular va a generar en el baby sentimientos de intensa ambivalencia, desde la admiración más fascinada a la envidia y rivalidad más enconada. Amor y odio, simultáneo y feroz. Y angustia. Y culpa. Y dolor. Y temor. Un cóctel conflictivo en el mejor de los casos. Traumático con cierta profusión. Y no es ése el destino peor.
Desde su pedestal dicta la ley de la que es amo. Es el primer dictador. Detenta un lugar muy codiciado. Con su estatus sostiene el binomio fálico-castrado. Amo-esclavo. Binomio que recorre la historia de la humanidad. 'Ser califa en el lugar del califa' era el mantra monocorde del gran visir Iznogood, el de las Mil y una Noches. Y es que en el silencio de la noche muchos sueñan con ser él. Y puede incluso que si afinas el oído atentamente alcances a percibir el rumor ahogado y siniestro de un afilar de cuchillos. La pesadilla  está servida. Continuará.

Del Padre Simbólico

Pero un día descubres que tu padre tiene un jefe que le manda, o que le para la poli por exceso de velocidad, que tiene que hacer cola en la panadería, pasar la ITV cuando toca o que se pone enfermo como todos los demás. Sí, es la autoridad de la casa, pero ya no es el amo de la ley sino su representante. Que la hace valer pero que está sujeto a ella. Que hay sherifs y sherifs. Y que él no es John Wayne derribando la puerta donde se esconden los malhechores sino más bien James Stewart solicitando una orden judicial. Sí, sabes que no fue él quien mató a Liberty Valance, que no bebe whisky ni se va de putas, y le quieres igual, si no más. O no.
Porque en este tercer tiempo que él preside bajo el título de Padre Simbólico o Padre de la Ley, se constata que no hay nadie exento de ella, Ley Simbólica universal que regula cualquier comunidad social, ley que prohíbe el incesto, confirmarán los antropólogos, ley edípica, designará Freud, ley del 'no todo' dirá Lacan. Ley que introduce el límite, la falta, falta que nos despega de la Cosa y nos permite hablar. Hablar la lengua común, un discurso que hace lazo social.
Y a esta falta que nos cercena y que nos circunda, que marca y sella nuestro pasar por el aro de la palabra no plena, la conocemos como Castración Simbólica en palabras de Lacan. Y es nuestro más preciado pasaporte para circular sin demasiados problemas por los laberintos de la vida, tormentas del desierto, y Babelias sin marcha atrás.
¿Y ya está? ¿Colorín colorado y este cuento se ha acabado?
Me temo que no. Quien quiera puede ir a darse una vuelta, o simplemente dejarlo estar. Pero noto en mis adentros que algo todavía se mueve y empuja. Y es que esto de escribir es ciertamente un parto, pero sin ecografía previa, ni oxitocina, ni epidural. Contracciones creativas a pelo. Las noto. Ahí vienen. Ahí va.

Una historia del Bronx

¡Qué hermosa película se marcó el Robert de Niro para estrenarse tras las cámaras! Se nota que la llevaba en la sangre, como su amigo y paisano Scorsese en Uno de los nuestros, películas de mafiosos italoamericanos que recrean una poética de la violencia en la estela de los Corleone, que no de los Soprano, ¡ay!
Pero ése es solo el marco y no es de lo que me interesaba hablar en este momento, aunque si no la han visto paren aquí mismo de leer estas líneas y vayan a pillarla sin demora, porque más allá de los spoilers, hay cosas, y ésta es una de ellas, que hay que hacer desde la inocencia. Vayan y vean la sonrisa de Jane mirándote irresistible con fondo de du-du-aa y luego me cuentan.
A lo que íbamos. Precioso ejemplo para ilustrar lo que hemos venido desarrollando. Las distintas caras de la paternidad en su salsa.
Hay un chaval, Calógero, que acompaña a menudo a su padre, Robert de Niro, al volante de un autobús municipal. Charlan amigablemente de cosas de la vida cotidiana y apasionadamente de béisbol. Son fans acérrimos de los New York Yankees, el equipo sito en su barrio, el Bronx, y el padre le examina sobre los detalles más nimios y sobre sus hitos. Calógero, siempre con la gorra de su equipo calada, se sabe bien la lección. Pero cuando se baja del bus le esperan las calles de su barrio, un par de coleguillas con los que hacer gamberradas y sobre todo dejar pasar las horas muertas sentados en su soportal mientras no le quita ojo a un gánster que dirige el bar de al lado y que se llama Sonny (un Chazz Palminteri perfecto), al que admira e imita en sus mínimos gestos, pero del que dice, "Él nunca se ha fijado en mí , no sabe ni que existo".
Un incidente sorpresa precipita los acontecimientos.
En un choque de coches y la consiguiente pelea por un aparcamiento, uno de los conductores agrede violentamente con un bate de béisbol al otro, e inesperadamente Sonny le larga dos tiros en la cabeza. El chaval, pasmado, lo ve todo. Se congela el tiempo en el silencio, y entonces Él le mira, sus miradas por primera vez se cruzan, se produce un encuentro mudo, tenso, intenso, y ese encuentro va a cambiar su vida.
Poco después la policía le requiere como testigo para una ronda de identificación de sospechosos. Alineados contra la pared observa y descarta a cada uno hasta que le llega el turno al asesino. Hay un juego de miradas a tres, porque está también presente su padre, al que tantea con seriedad inquisitiva. Es un instante crítico. Decisivo. Del que sale diciéndole al inspector, "no, no es él". Esa declaración va a sellar un vínculo. A solas con su padre en casa le preguntará, "¿Lo hice bien papá? ¡No me chivé! ¡Cómo tú siempre me dices, no hay que ser un chivato! ¿Lo hice bien, verdad?" De Niro le responde:
" Sí, hijo, sí. Hiciste bien. Has hecho algo bueno con la persona mala"
"No entiendo, papá"
"Bueno, no te preocupes, cuando seas mayor lo entenderás"
A partir de ahí el gánster agradecido le ofrece al conductor de autobuses la posibilidad de ganarse un buen dinero fácil participando en apuestas ilegales. Él rechaza la oferta. Es interesante la conversación con la mujer cuando le cuenta lo sucedido y cómo ella asiente a su decisión no sin cierta contrariedad, "pero si es sólo dinero, Marcello, y ¡todo el mundo lo hace!" "No, no quiero nada de ellos, ya sabes que ir por ese camino no lleva a nada bueno"
Pero es por ese camino por el que se va a adentrar su hijo, y una situación semejante se repetirá tiempo después cuando le descubran un fajo de seiscientos dólares que ha reunido a escondidas, él sí participando en apuestas.
El padre se decide a devolverlos y la madre se resiste.
Es importante este dato, apenas una pincelada, pero suficientemente elocuente en lo que a la posición gozosa de la madre se refiere y al valor fálico que el dinero cobra, objetivo a conseguir sea cual sea la vía, y no importa a qué precio, aunque conlleve como es el caso, la corrupción del hijo.
Así que ese hijo se encuentra con Sonny, ese otro padre poderoso y con dinero, al margen de la ley, que como le dirá al cura al confesarse su pecado, "el jefe allá arriba será Dios, pero en mi barrio es mi amigo" a lo que el cura se aviene con tres avemarías y dos padres nuestros.
Así pues C, como lo bautiza su nuevo y todopoderoso amigo, se encuentra en un dilema donde las cartas están marcadas. Yo aún diría más. No hay color.
Donde se ponga el fulgor del Falo Imaginario, representante de la completud, lo tiene crudo el Falo Simbólico, representante de la falta, aquí y en Sebastopol.
Se lo va a escupir a la cara en una de las escenas clave de la película, la de la discusión en la cocina, cuando tras un comentario despectivo hacia los abuelos inmigrantes, De Niro se enerva y muy enfadado le dice:
"No te consiento que les faltes al respeto a tus abuelos, ellos hicieron todo lo posible para darme una vida mejor, como yo he intentado contigo, de forma honrada, darte una vida mejor"
"¿Una vida mejor??? ¡No tenemos coche! ¡No tenemos dinero! ¡No tenemos nada!
¡Y tú no eres más que un pobre conductor de autobús!"
Y con un portazo desaparece, dejando al padre plantado y de una pieza, sólo, con sus gastadas lecciones morales y su ética contracorriente.
¿Qué podemos decir de esta lección de vida en forma de ostia a bocajarro, Robert? ¡Tanto esfuerzo para esto!. ¿Valió la pena tanta honestidad, tanta renuncia, tanto empeño?¿Tiene algún sentido ser fiel a unos principios, no traicionar uno sus valores éticos? ¿Acaso no serán más que pamplinas de viejo?
No voy a destripar el final de la trama, no viene al caso.
Sólo me interesaba presentar cómo se juegan las distintas caras del padre, o, como aparece en la película, los distintos padres formulados en los tiempos del Edipo.
Queda claro que no son tiempos etapistas, logrados, saldados y estancos. Que están sometidos a un permanente tironeo conflictivo y dinámico. Y que no, no hay vacuna ni antídoto que nos exima de ese pulso perpetuo, en el que no siempre, por supuesto, ganan los buenos.
¿Qué hacer con esto?
Depende.
Es tarea de cada uno mirárselo.
Un análisis precisamente versa en despejar y clarificar los distintos modos en que declinamos al padre.
Declinar al padre es conjugarlo.
Conjugar bien al padre es la mejor manera para aprender a manejarse con la gramática de la vida. Porque, porque el padre hace metáfora, dejamos atrás el nido de la tarántula. Y no es poesía.
Y esto vale para todos, sean de letras o de ciencias, efepé o aprendiz de ganster.

Uno no elige las cartas que le sirven, pero sí cómo las juega. 
                                           En Mamouna, despidiendo a Noviembre del 15
*(Decimos "de momento" porque corren tiempos epistemológicamente revueltos donde el paradigma edípico freudiano hace crisis y reclama urgentemente una revisión profunda del tema, revisión y reformulación a la luz de los cambios sociales y culturales que vienen sucediendo. Octubre del 21)