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miércoles, 19 de agosto de 2015

Tormenta de verano







"Tormenta de verano dicen que eres, dicen que eres..." cantaba con brío aflamencado Javier Ruibal cuando lo descubrí y me enamoró en La piel de Sara, antes de volverlo a hacer en una versión diferente, ya hospedado en la Pensión Triana.

Tormenta de verano fue la que se me vino encima la otra tarde y me caló hasta los huesos del alma.

"Hasta los huesos del alma" es una metáfora, un tropo retórico frecuente, especialmente en el ámbito poético. "Tormenta de verano", si se lo dices a una chica, también.
La que me chopó de arriba a abajo, sin embargo, es un fenómeno atmosférico. Un dato de la realidad. Pero si nos ponemos periquitos, o profundos, podríamos preguntarnos, ...y la realidad ¿qué es? Pues verás, algo que como con la Iglesia, te topas. Pero toparse con la realidad o con la Iglesia ¿no es acaso otra metáfora?...Uff! Y además una metafóra taurina! Ya te vale.

Es lo que tiene el lenguaje, muro fronterizo con "lo real", que excluyéndolo, permite el acceso a la realidad, una realidad, claro, tapizada de palabras, y por lo tanto equívoca, porque a las palabras, ya se sabe, las carga el diablo.

Lo que acabo de despachar en tres líneas son cuestiones mayores que merecerían la deferencia de una explicación más detallada, pero no era mi intención escribir sobre estas cosas cuando me puse a teclear, así que dejémoslo estar, en otra ocasión quizás. Por cierto, ¿no les pasa a ustedes cuando se ponen a escribir que las palabras les empujan en una dirección con la que no contaban y si se descuidan se te llevan al huerto?

Yo tenía concertada una cita en esta página para hablar del significado, el gran marginado del imperialismo significante que nos invade, esa doctrina que en su tentadora frivolidad reniega del peso de la tradición y los sentidos dados. Pensaba hacer una numantina reflexión sobre el valor del concepto, tan venido a menos tras el tsunami posmoderno, pero va a ser que no, pues la verdad, se me hace muy tedioso y cuesta arriba. Será cosa de las vacaciones. Son tan largos los sueños ¡y los veranos tan cortos!

Así que pasada la tormenta de verano recuperemos el espíritu de sus vacaciones. Ahora mismo estoy de retiro al fresco de la montaña pero mayoritariamente el verano me sabe a playa. Y paseando por su orilla es habitual tropezarte con esos arquitectos espontáneos, afanados constructores de castillos en la arena. Sus herramientas, el cubo y la pala. Hay una tercera, el rastrillo, que siempre se la lleva el más pequeño, el más lento o el más panoli. Pero siendo pragmáticos, la cosa pasa por el cubo y la pala.

Me vino esto a la cabeza por resonancia significante al pensar en mi hacer clínico, en concreto, en relación a esa tarea que yo llamo "de pico y pala". ¿De qué se trata?

Veamos. Veníamos de revisar en el post anterior la diferencia entre la deutung  y la bedeutung, es decir, dicho en cristiano, la diferencia existente entre la interpretación y la significación. Y la querencia lacaniana por la primera, que como dijimos, era aquella intervención significante que propiciaba la emergencia de nuevos sentidos. Pusimos como ejemplo el caso de aquella mujer con "fobia al cancer " y cómo, al puntuar tres sintagmas precisos -"primer toque", "siguiente achuchón", "gran subidón"- relativos al relato de su síntoma, emergieron encadenados varios recuerdos infantiles de clara índole incestuosa.

Lacan decía de la interpretacion que había de ser una intervención a modo de cita o enigma, remarcando así su condición eminentemente significante y desmarcándose de cualquier atisbo de significación, o atribución de significado, característica del hacer de la IPA (la Asociación Internacional Psicoanalítica) con la que bregaba su encarnizada cruzada del retorno a Freud.
El problema es que Freud también practicaba la bedeutung, le ofrecía un plato de arenques al Hombre de las ratas y analizó a su propia hija.
Enarbolar la bandera de la causa freudiana y reivindicarse como su legítimo albacea o heredero tiene mucho de sagacidad política y no poco de usurpación. Curiosamente la historia se repite con Miller, el yernísimo, y la obra de Lacan y sus prebendas padecen semejantes tironeos. La rapiña del padre es estructural.
Pero si hablamos de Freud, hay que decir que más allá de los arenques y las bedeutungs de turno, dejó escrita su hermosa analogía tomada de Leonardo da Vinci donde compara al psicoanálisis y las psicoterapias en relación a las artes plásticas, en las que distingue dos tipos, en función de su forma de hacer: aquellas que cursarían per vía di porre, es decir, transformar añadiendo, como la pintura, y aquellas otras que operan per vía di levare, es decir, transformar vaciando, al modo de la escultura. Y es muy claro al respecto, sitúa al psicoanálisis del lado del levare.
Y  más allá del obvio hacer porre de la psiquiatría y los conductismos varios, es tarea de cada cual discernir dónde se ubica con su arte.

A ese respecto, tras más de treinta años ejerciendo mi oficio (no me atrevo a decirme artista, si acaso artesano de una particular escucha de las palabras y sus inflexiones) tengo que confesar que me siento profundamente mestizo. Mi alma es psicoanalítica, lo sé, lo siento, pero mi cuerpo, ay, mi cuerpo, es pecador y vagamundo. Y desde ahí digo que no sigo dogmas ni sacramentos y que desconfío de quien los promueve. Si algo he aprendido en este viaje a ninguna parte que es la vida, es que el emperador está descaradamente desnudo, por mucho oropel y mucho consenso que lo desmienta.

Así que en la clínica del día a día, en las rutinas cambiantes de los decires cotidianos, y depende de con quién y cómo, a veces hago enigma, adivina adivinanza o la pregunta del millón; otras, la interjección sorpresiva o el silencio lapidario, y a veces, no tan pocas como quisiera, simple y llana pedagogía. Yo le llamo pedagogía del límite y pese a su aparente humildad de rango su importancia es capital. En alguna próxima ocasión la explicaré con detalle y viñetas clínicas.

Y es que, desengañémonos, no somos Arsenio Lupin, ni Hércules Poirot, ni Sherlock Holmes. O si les va más el noir, ni Marlowe, ni Harper, ni Wallander, y la ocurrencia deslumbrante, la deducción afortunada, la inspiración reveladora, son los destellos puntuales y fugaces de una tarea mucho más prosaica, paciente y concienzuda, pues es sabido que un análisis conlleva un verdadero trabajo de deconstrucción subjetiva y su posterior y laboriosa reconstrucción. A ese hacer perseverante es al que llamo "de pico y pala", trabajo duro y fatigoso donde los haya, pues no hay convidado de piedra más pelmazo y resistente que la compulsión a la repetición. Pulsion de muerte le llaman.
Y es por ello que hace tiempo y de forma no premeditada me encontré haciéndole sitio al humor, ese viejo comodín que liga bien en tantas bazas, un ingrediente sorprendentemente revulsivo y facilitador. Descuadrante, desarmante y sobre todo, divertido.

¿Psicoanálisis chistoso? No lo llamaría así, tal vez mejor, irreverente. Pero antes de que se me rasguen las vestiduras vendría bien recordar que fue Freud quien escribió El chiste y su relación con el inconsciente y que a veces, my friend, un puro no es sólo un puro.

"No sé, no sé, francamente, me parece poco serio", les imagino argüir.

Y ahí les tengo que corregir, pues si como decía el Herr inspector de policía de aquel pueblito transilvano de cuyo nombre no me puedo acordar advirtiendo a sus convecinos  que "un motín es una cosa muy feeaa!", yo diré sin ambages que el humor es una cosa muy seria.
Pero no vale cualquier humor. Parafraseando al Arcipreste, habría que escribir un Libro del buen humor. Y es de recibo que el buen humor empieza por uno mismo. Y que no hay mejor antídoto contra el narcisismo felón que poderse reír uno de sus reflejos. 
Y es que la risa, la buena risa, es medicina del alma.

Brillante Monstruos S.A., de la factoría Pixar, donde en su escena final resuelven el problema endémico de su necesidad energética sustituyendo como fuente de la misma el miedo que despiertan en los niños por su risa, divino tesoro.

Termino. Siguiendo esa lógica energética tan saludable y aprovechando la coyuntura veraniega que nos solaza, pensé que sería una buena idea sustituir la vieja fórmula del "pico y pala" por la más refrescante e ilusionante del "cubo y pala". Ahí estoy.

Pero no se confundan. No es un trueque cosmético o bien intencionado. A veces
un simple cambio de concepto alumbra una metáfora nueva. Y una nueva metáfora, a veces, opera como una bomba de gusano, una puerta performativa que produce una revisión/reversión de la realidad. 

Cosas del lenguaje. La alquimia de lo simbólico. Casi ná.

                                                     
                                                                           En Vijavega, Agosto del 2015





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