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viernes, 24 de octubre de 2014

JUSTICIA POETICA

              
                                                 



¿Malos tiempos para la lírica? Puede, pero ahora que retorna crecida y ufana la gaviota carroñera presta a la pitanza de las migajas del pastel, el Príncipe de Asturias se desmarca de la banalidad ambiente y en un acto inesperado de justicia poética le hace un guiño desubicado al viejo Leonard y su famoso impermeable azul.

Pero ¿qué demonios es la justicia poética? ¿el chocolate del loro? ¿el último recurso de los desheredados de oficio? ¿retórica pret a porter?. Veamos. ¿Recuerdan a Lisbeth Salander, la inolvidable muchacha que soñaba con un bidón de gasolina pensando en los hombres que no la amaban demasiado? Son necesarias dos mil quinientas páginas de lectura febril para hacer justicia, pero al final, descubierto en su impostura, Teleborian y su orgullo, al trullo.

Ya sé que es una obra de ficción, pero como decía Lacan, la verdad tiene estructura de ficción, y son muchas las Lisbeth que no salen airosas de su encuentro con el Teleborian de turno, así que hay que celebrar cuando el azar nos regala tal evento. No hace mucho yo fui testigo de uno, les cuento. Una tarde oyendo la radio escuché un diálogo a dos voces entre una muchacha diagnosticada de psicosis y un egregio catedrático de psicocofarmacología o así. Ella, desde su curtida experiencia por los circuítos de la Salud Mental, denuncia y reclama que la Sanidad, el Sistema o el Sursum Corda, además del preceptivo psicofármaco cotidiano, le brinde la ayuda necesaria de una psicoterapia, la oportunidad de un lugar para la palabra.

"Mire señorita, a veces la palabra es tóxica" sentencia el ilustre Teleborian, tal vez traicionado en un descuido por su pensamiento reflejo. Atónita, ella le inquiere por tan pintoresca declaración, a lo que él responde con el paternalismo y la suficiencia de quien todo lo sabe, dándole una breve pero rotunda lección de anatomía y neurotransmisores, "donde la palabra, perdóneme usted, no pinta nada". Ya lo dijo hace siglo y medio Griesinger, un somatiker de laconismo semejante: "la locura es una enfermedad del cerebro". Kraepelin, el totem y referente fundador de la neuropsiquiatría del siglo XX, se preciaba de no entender la lengua de los estonios en su primer destino hospitalario, lo cual le evitaba las engorrosas distorsiones subjetivas de los enfermos tratados, a la manera del ínclito doctor House que prescinde por principio de hablar con el paciente, avalado por su impresionante arsenal tecnológico y semiológico y su desdeñosa misantropía. Así que ya se sabe, "a veces la palabra es tóxica", pero son precisamente afirmaciones como ésta las que intoxican el valor de las palabras y en nombre de una presunta objetividad científica se deja fuera la verdadera esencia del hombre, su alma lenguajera, su psijé, su psique.

La chica en cuestión se hace llamar Princesa Inca. Él, dejémoslo en Teleborian. Frente a la palabra tóxica y vacía de su interlocutor sabelotodo, ella escribe poemas que hablan de su forma de sentir la vida. Es la palabra viva versus la palabra muerta, un debate que no es un debate porque no hay color. 

De perdidos al río, y cuál, si no el de los versos rotos. Es lo que tiene la justicia poética.     Allí nos vemos.
                                                                     Noche de San Juan, 2011

(Princesa Inca recientemente ha publicado Mujer precipicio - poemas)


miércoles, 1 de octubre de 2014

Seminario Psicoanalítico: La Ruta del Bacalao






Cualquiera que se anime o se atreva a sumergirse un mínimo en las procelosas aguas psicoanalíticas pronto se topará entre su variada fauna marina con una presencia reiterada e ineludible, el bacalao.    
En lo que a mi respecta no entra entre mis preferencias, antes al contrario, me disgusta especialmente y se ha convertido desde hace bastantes años en una cuestión personal. Si el capitán Ahab consagró su vida a capturar a la ballena blanca, yo empleo la mía en denunciar el bacalao. Así pues dedicaré tres encuentros a intentar poner un poco de orden en un territorio donde cunde un considerable sarao conceptual.
Partiendo de una tarea preliminar e imprescindible como es tratar de esclarecer la confusión reinante entre dos conceptos base como son deseo y pulsión, tendremos las claves para proponer un criterio nosológico novedoso para pensar esa clínica bizarra que campea revuelta en ese territorio impreciso que componen los llamados trastornos límite y de los que la angustia es su divisa señera.