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sábado, 15 de marzo de 2014

MEQUIVOCARSE



Es un lugar común la imagen que dibuja al psicoanálisis como una terapia un tanto rara y con ese cierto aire trasnochado que le da la presencia de un diván y de un señor tirando a distante que habla más bien poco (¡si es que habla!).

No glosaré aquí las tan celebradas virtudes del silencio, ni sus ventajas en lo que a con las moscas concierne, pero sí señalaré que el silencio activo facilita la escucha, una escucha ciertamente diferente, particular, literal, esto es, a la letra.

Tampoco voy a entrar a explicarles la sentencia vertebral de Lacan que así reza:

El inconsciente es/tá estructurado como un lenguaje”. La cito y ahí la dejo, como Pulgarcito, marcando el camino. Miga tiene, pero no es plan.

Vale, ¿y ahora qué? Pues sencillo, recapitulamos y seguimos.

El psicoanálisis es una terapia rara (diferente) porque la sostiene un señor (o señora, pero plis, no nos pongamos periquitos) que habla poco porque está más que en decir en escuchar.

Escuchar literalmente lo que uno dice, porque no importa tanto lo que se cuenta (el cuento, con permiso de Bucay) sino cómo se cuenta, y es en el acto de contarlo que a veces uno se va de la lengua, y ese puede ser un error fatal. Fatal de fatum, destino, uno de los nombres de ese algo que nos surca solapado a flor de frase, obstinado en dejarse ver, y que no se trata de otra cosa que de la verdad inconsciente, ese saber velado y vedado que puja y empuja entre líneas por meter la voz o la pata y romper e irrumpir en el discurso homologado y formal, dejando en evidencia al bruñido guión oficial.


“Soy muy desgraciada doctor”, me contaba atribulada una paciente. “No dejo de pensar en mi infidelidad…em, digoo, en mi infelicidad…”
“¿Su infidelidad?”, inquirí
“No, no. Es que mequivocao. Yo quería decir infelicidad”
-“Ya, ya, pero dijo infidelidad, ¿le dice eso algo?

Y sí, claro que le dijo, pero lo que respondió no sin apuro aquella mujer ya es otra historia. En concreto, su verdadera historia, no la que su Yo bribón pretendía colar de rondón.

Y es que, ya lo dije en su día y más de uno se rasgó las vestiduras, a menudo la verdad es cutre y se manifiesta no con Grandes Palabras sino en modos mucho más prosaicos, tal que un tropiezo o un olvido, un desliz o un tachón, distintos trajes del lapsus, divino tesoro, ora pro nobis.

Freud, el gran trasnochado, introdujo cien años ha el diván,no como un capricho extravagante sino para sustraerse a la mirada y ensancharle el sitio a la escucha, y desde ahí escribió la Psicopatología de la vida cotidiana, un texto seminal dedicado por entero a los fallidos que nos desmienten en el cada día.A cada cual le toca ver qué hace con sus enseñanzas.

 Mequivocarse y no desdecirse.
 Mequivocarse y no mirar para otro lado
 Al contrario, mequivocarse y coger al vuelo el gazapo furtivo, siendo cuidadosos de no apretar demasiado, y con nuestras manazas y nuestros prejuicios, ¡ay!, espachurrarlo.

Y es que mequivocarse es la contraseña del ser, un secreto a voces que ya proclamaban los clásicos en su famosa máxima: “Errare humanum est”, que en cristiano postconciliar quedaría como “ Mequivocarse nos hace humanos ”.
Veges tu, que diría mi abuela.

                                                                            Mamouna, julio de 2005








2 comentarios:

  1. ¡Precioso...¡ Lo acabo de leer....(veo que con cierto retraso)...

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  2. Fíjate con lo que me encuentro al intentar publicar mi comentario:


    "Demuestra que no eres un robot.
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    Interesante...

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