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jueves, 13 de febrero de 2014

¿QUIEN TEME AL LOVE FEROZ?








                                                                                 "Lo mejor es enemigo de lo bueno"
                                                                                                       Proverbio manchego


      Recuerdo que cuando aquella analizante me pidió que le recomendara algún libro para leer durante las vacaciones de verano tomé conciencia de la delicada responsabilidad que adquiría si decidía responder a su demanda aparentemente banal. El caso es que ya lo había hecho en otras ocasiones, pero esta vez mi percepción de lo mismo fue distinta. Me vinieron a la cabeza casi de súbito dos textos, ambos muy hermosos, que en su día yo disfruté leyendo: "Seda" de Alessandro Baricco y "Verde agua" de Marisa Madieri, dos relatos muy distintos, pero que entre sus muchas diferencias albergan una muy precisa en lo tocante a la manera en que los protagonistas encaran el amor, y de ahí su propia vida, su estar en el mundo. Resolví indicarle los dos.

     A su regreso me refirió agradecida las variadas y hondas vivencias experimentadas durante su lectura. Llegado el momento, terminé la sesión con un conciso comentario, "Son dos formas distintas de mirar el amor", a lo que ella replicó: "Sí, pero las dos son válidas, ¿no?", y yo contesté con un salomónico "Digamos que las dos existen" como despedida.

      Fue cerrar la puerta y sobrevenirme como un relámpago otra respuesta probablemente más pertinente: "Válidas ...¿para qué?", porque ésa es la cuestión, cuestión en verdad compleja que me acribilla con una primera oleada de interrogantes:


Dime, ¡oh Perogrullo!, ¿quién soy yo para decidir qué amor es válido y cuál no?
¿Qué es lo que valida un amor?
¿A quién estamos amando cuando decimos "te amo"?
Y ya que estamos, como decía aquel señor gran amante del bourbon,¿de qué hablamos cuándo hablamos de amor?.
Bacalao.

      Y es que el Amor es la vaca sagrada del universo, y en su nombre se profesan los mayores estragos. "Ama y haz lo que quieras" nos exhortaba san Agustín mientras puntualizaba que "la medida del amor es amar sin medida", y así vamos. Y no me estoy refiriendo a la patología del amor en su cara más airada y aireada, la tan traída violencia doméstica, bien sea versión la maté porque era mía,o bien,mi marido me pega lo normal. No, o por lo menos, no solo. Quisiera reconsiderar su otra faz, la que se inviste de sublime y se enuncia como mandamiento ("Amarás a..."). 

           ¿Habéis visto "El marido de la peluquera"?.

      La historia de una pasión. En el desenlace, en una noche de lluvia y lujuria, Matilde dice que sale a comprar yogures y en un plis plas se arroja a un caudal de aguas turbulentas sin volver la vista atrás.Le ha dejado una carta a Antoine:

      "Mi amor, me voy antes de que te vayas tú. Me voy antes de que dejes de desearme, porque entonces sólo nos quedará la ternura y sé que no será suficiente. Me voy antes de ser desgraciada. Me voy llevando el sabor de tus abrazos, llevando tu olor, tu mirada, tus besos. Me voy llevándome el recuerdo de los mejores años de mi vida, los que me diste tú. Te beso infinitamente, hasta morir. Siempre te he amado. No he amado a nadie más. Me voy para que nunca me olvides. Matilde."


Inmolarse por amor para que no muera el Amor.
Pero, ¿qué amor es ése sino el viejo Ideal Tirano que nos convierte en sus más fervientes lacayos?

Da igual que sea Princesa en la torre, que Príncipe azul,
Dios venerable, que Dios en la cruz,
Gora Euskal Herria independiente, que piloto bomba en Manhattan sur.
Todos tienen algo en común: abanderados de La Causa en mayúsculas.
Un espejismo siniestro de gloriosa completud.

Un amor sin límites, pero ¿acaso no es ésa la naturaleza del hecho amoroso?

Esa irrefrenable aspiración a fundirse y confundirse, a hacerse Uno en el otro.

¿No es ésa la fuente de la poesía y de las religiones?

    
      Marx se quedó corto con lo de "el opio del pueblo" y se vio arrollado por los frutos trágicos de la nueva utopía que él alumbró. Y ése es el asunto, ese irreductible anhelo por la eterna utopía de turno, ese sueño que nos hace ser quienes somos, persiguiendo "eso que no es en ningún lugar".

     Opio del ser pues, que nos hace adictos empedernidos y del que sólo muy arduamente algunos pocos consiguen desengancharse. Mal remedio será sustituir el opio por el jaco, o el jaco por Jehová.

     El reto es otro. Perder al Otro para empezar a reconocerse a uno mismo, aunque a menudo, pese a que el Otro esté perdido de antemano, uno no asume su pérdida y como Antoine haciendo crucigramas en el epílogo de la película, le dirá al cliente impaciente, "espere usted, la peluquera volverá".

      La esperanza es lo último que se pierde, dice el dicho, pero, relámpago en la puerta, habría que preguntarse: la esperanza .... ¿de qué?.

     Lacan, en su versión más zen, plantea que el amor es dar aquello que no se tiene a alguien que no lo es. No seré yo quien le estropee la adivinanza, pero sí quiero hacer notar cómo destaca la dimensión de una falta indeleble.

       Así pues, enlazando con el principio, decíamos que habría dos formas distintas de mirar el amor, y en consecuencia, de encarar la existencia: Visa oro para un sueño, o por el contrario, ir viviendo como uno buenamente pueda, sabiendo que al final, más allá de los vértigos y los pálpitos, siempre habrá números rojos en la cuenta del olvido, que cantaba el poeta.

      Y cada uno elige.
                                                                                                
                                                                                  Mamouna, Septiembre de 2002










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