.

.

sábado, 11 de enero de 2014

DE LA PROGRESIÓN ONÍRICA ENTENDIDA COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES




   





El Libro de la Vida dice que lo prometido es deuda  y puesto que prometimos hablar de la progresión onírica, hoy es una buena ocasión para saldar viejas deudas, explícitas o no. 

    Hace ahora cien años, en la cornisa del siglo XX, Freud publicó "La interpretación de los sueños", y me voy a permitir citarla en su versión original, la Traumdeutung, no por erudición ni otros mocos de moda, sino porque es una palabra hermosa y rotunda y la quiero compartir con ustedes. Decir que ese texto hace borrón y cuenta nueva en la historia del pensamiento podría sonar presuntuoso si no fuera cierto, y es que no se trata de liquidar viejas cuentas como de abrir otras líneas de crédito.

    Un siglo después y en la cornisa del XXI, el crédito de Freud está lo suficientemente contrastado y denostado para resultarle a nadie indiferente y sin embargo, sembrados de Traumdeutung, sus consecuencias son masivamente ignoradas. Si quiere comprobarlo sólo tiene que acercarse a su librería favorita y consultar cualquiera de los abundantes diccionarios sobre sueños y otros tochos más o menos esotéricos compañeros de anaquel. A este respecto estamos como en los tiempos de los Hititas, dime qué has soñado y te diré de qué te debes guardar, con quién te debes casar o cuando te es propicio salir a pescar el calamar. 
¿Paparruchadas?, bueno tengamos perspectiva histórica y digamos que pura y rancia mántica avalada por seis mil años de praxis documentada, (las pirámides nos contemplan), y la cosa no declina. Y es que esto del progreso es asunto de mucho intríngulis, porque si bien es cierto que la ciencia avanza que es una barbaridad, la realidad es que entre la bruja asada en la hoguera y el último hispano achicharrado en la silla eléctrica la diferencia es sólo cuestión de matices porque el olor a carne chamuscada que queda en el aire es el mismo.

    Así que entremos en materia. Los sueños son el pariente pobre del pensamiento, o más precisos aún, el pariente loco de la razón. Para la psicología científica, mera chatarra mental, el aceite que gotea la máquina cuando está apagada, residuo molesto, inevitable charquito sucio y mudo. Y llega Freud y les da la voz, o mejor, nos da las claves para escuchar lo que parecía ruído y resulta melodía, nos enciende una luz de sentido en el sin sentido y nos desvela todo un ámbito propio que nos es ajeno: lo inconsciente. Podemos decir que ahí nace el psicoanálisis y lo demás ya es historia, variopinta por demás, con sus cimas y sus simas,con sus luces y sus sombras, sus hitos y sus mitos, y sus frutos, sobre todo sus frutos, empedrados de cal y arena y tan rebeldes a la homologación como hasta ahora los mismo sueños.

    Porque llama poderosamente la atención que la semilla que siembra Freud en la Traumdeutung y que va a dar lugar a ingentes desarrollos teóricos a lo largo de su obra durante cuarenta años, como en sus discípulos y seguidores posteriores, en lo que respecta a los sueños es como si hubiera quedado cristalizada e inalterable en esencia con el perfil exacto con el que vio la luz, pese a sus diversas revisiones.

    La tesis freudiana fundamental es que los sueños son una realización de deseos, o más rigurosamente, un intento de realización del deseo infantil inconsciente. Hoy día después de que Lacan distinguiera entre deseo y goce, podemos decir que el motor del sueño es un empuje al goce, pero sería un desperdicio a la par que un error considerar los sueños como simples "gozadas" o gocerías. Es decir, habría que plantearse si la función del sueño es de mero exutorio del goce enmascarado, con el inri de la nocturnidad y la alevosía, o si por el contrario alberga otras tareas de más enjundia.

    Después de bastantes años de toma y daca y de daca y toma, cenitas con Rioja y madrugadas sin reloj con mi querido colega Ignacio Ruiz, llegamos a la firme conclusión de que haberlas haylas y que habría que plantearlas. Él acaba de escribir un libro donde emprende esa laboriosa tarea y expone de forma ejemplar el pasado, el presente y, lo que es más importante, abre una ruta de futuro por donde la ciencia de los sueños puede y debe avanzar. Se titula "Progresión Onírica y Análisis Estructural de los Sueños", y a los interesados en el tema se lo recomiendo con fruición. 

     Diremos, enlazando con lo que apuntábamos en ¿Aquí y Ahora versus Allí y Entonces?, que los sueños tienen un valor brujular insustituible en tanto que retratan con precisión la posición subjetiva del soñante respecto a la estrella polar de la Castración. Para ello habrá que delimitar los elementos cardinales que como puntos de referencia nos orientarán en el mapa de nuestro psiquismo. Este es un trabajo apasionante que excede el ámbito de estas páginas pero que se haya desarrollado con claridad meridiana en el texto de Ruiz.

    Si lo que nos enferma es la indómita nostalgia del goce, legendario tesoro desde siempre hundido, que con sus cantos de sirena nos arrastra como tentáculos fatales a ser engullidos por lo hondo, el trabajo de análisis será un extenuante proceso de desasimiento y renuncia por el acatamiento de esa inscripción sostenida en una flamante boya que dice "PROHIBIDO REFLOTAR TESOROS HUNDIDOS". Los sueños nos darán fiel testimonio de tan arduo aprendizaje siendo no sólo testigos del mismo sino mediadores, ya que cumplen una función de simbolización. Y es aquí donde hay que distinguir dos acepciones o dos modalidades posibles en esa operación: La tradicional, entendida como meramente representativa, es decir, como imaginarización, y la transformativa o propiamente simbólica, causa-efecto de la internalización de la Ley. 

    Simplificando al máximo, espacio obliga, y en términos binarios, podríamos distinguir dos tipos de sueños, los placenteros y los displacenteros, (siempre quedará la franja inevitable de los indecisos), y llevando esta división al extremo, facultad característica de lo onírico, nos encontraremos con los sueños maravillosos y los sueños de pesadilla. Sirvan de ilustración de los primeros aquellos sueños en los que de la forma más natural vamos y volamos, "¡qué guay!, con lo fácil que es, ¿¡ cómo no se me había ocurrido antes!?", haciendo uso de tan prodigiosa facultad en las situaciones más peregrinas. Y de los segundos, aquellos típicos sueños de caída a un abismo sin fin,...iii Socooorroooooo!ll, Mamáááááá!ll, dónde nunca llega el paf! consumatono pues antes despertamos. Cuando no se dan como dos secuencias sucesivas en el mismo sueño, expresión manifiesta de la lógica interna que los preside. Me explico. Volar es para los pájaros, que decía el poeta, y de momento, a parte de Superman, Peter Pan y toda esa cuadrilla de personajes afectados por el síndrome de la insoportable levedad del ser, el resto de los humanos somos básicamente pedestres y lo de volar no deja de ser un viejo anhelo imposible. Pero claro, como en sueños "todo es posible", cortesía del Proceso Primario que los gobierna, pues ala!, a volar, que son dos días!. 

    Todo es posible es la contraseña secreta del Goce y ya se sabe que el Goce aunque parezca un chollo es algo muy chungo y el sujeto, por pura homeostasis, de una u otra manera pide a gritos algo que le ponga freno, bien sea el síntoma, o el delirio, o como en este caso, la pesadilla. Así que, ¿no querías cielo?, pues toma!, Infierno!, y dos tazas. Y es que como decía aquella canción, "What goes up, must go down". O dicho en cristiano, "dime cuánto vuelas y te diré cuándo te estrellas". 

    Si consideramos el análisis como un proceso de barramiento del Goce y una progresiva asunción de la castración, (reconocimiento y aceptación del limite y de la falta inherente frente a pretendidas omnipotencias y completudes de bolsillo: No todo es posible), a lo largo de su curso podremos observar como el analizante en sus sueños irá cada vez volando peor y/o volando menos, al tiempo que menguarán sus vértigos y sus persecuciones. Esa correlación entre progresión onírica y clínica es diáfana a poco que se considere atenderla, y nada más didáctico que rastrearla en una serie concreta como es el caso de los sueños de volar que venimos viendo o cualquier otra, verbigracia, los sueños de toros, verdadero dream team en nuestra cultura, los sueños de guerra, o el no menos clásico tema de los sueños de caída de dientes, paradigma de la angustía más perra. Cada soñante va a tener personalizadas sus series oníricas favoritas que serán el escenario donde se jugará la procelosa e insidiosa batalla de su transformación subjetiva, pero sea cual fuere el guión de turno hay una constante que se virtualiza: conforme uno va asumiendo el limite y deja de saltárselo, el perseguidor se transfigura, la amenaza cede y la angustia se disipa.

    Dice el Libro de la Vida que quien no corre vuela, y dice bien, aunque yo siempre apostillo: "poco a poco", pero el día en que después de muchos aterrizajes forzosos, entre otras cuestiones más o menos aleatorias, Mariano nos refiera un sueño donde sin atisbo de alas pero armado de paciencia se vea haciendo cola en el peaje de la Autopista del Mar, habrá que empezar a considerar que se avecina el momento de que continúe el viaje por su cuenta y riesgo rumbo hacia un horizonte por lo demás siempre teñido de esa borrosídad propia de lo incierto. O no.

                                                                                                  Mamouna, julio 2000


sábado, 4 de enero de 2014

Q3K3


                                                     
 “Inter faeces et urinas nascimur”

     Decía el poeta que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, y decía bien, aunque habría que apostillar que “lo malo, si breve, mejor”. De cualquier forma lo diré rápido: La verdad es cutre
     Es un secreto a voces que igual nos puede llevar toda la vida descubrirlo o igual nos puede llevar toda la vida no enterarnos. Es ésta una posibilidad frecuente. Yo aún diría más, es lo habitual, entre otras cosas porque a nadie le hace ilusión un secreto tan cutre. Tan cutre, tan cutre que eso no es un secreto ni es na.
     Tampoco es un secreto para nadie que un motín es una cosa muy fea y que un (psico)análisis es una cosa muy larga, o dicho mejor, un proceso extenso en el tiempo e intenso en el corazón. Si le resulta breve y leve, consulte a su proveedor. Desconfíe de sucedáneos baratos. Ya se sabe que el psicoanálisis es una cosa muy cara y que no lo cubre la Seguridad Social. Para colmo Woody Allen, su principal icono mediático, ha apostatado públicamente del mismo para luego optar, mira tú por donde, por la ruta del incesto putativo.
     En fin, menos mal que nos queda Portugal.
     Así las cosas en este siglo que agoniza al borde de un ataque de nervios por el efecto 2000, resulta casi insólito que el psicoanálisis, cien años después, todavía resista, y no solo ello sino que además se extienda irreversible por el intersticio social, al punto de infiltrarse hasta en las páginas amarillas. Vive Dios, ¿a dónde vamos a ir a parar?.
     “No se imaginan que les traemos la peste” comentó Freud en llegando a los USA allá por el 09, y desde entonces vamos sobrellevando el peso de la metáfora.
     Aventurarse a un análisis es precisamente eso, iniciar una aventura donde en absoluto está garantizado el happy end. El colorín colorado, con lo que ha llovido, anda un tanto desteñido, y las perdices, al paso que vamos, vete tu a saber.
     Son muchos los/las analizantes que instruidos por el viejo Hitchcock, emprenden el viaje en pos de algo que temen y anhelan a un tiempo, indagar y despejar las brumas que en la memoria ocultan un presentido trauma de horror y culpa desaforado y trágico: Relámpagos y sangre de marinero putero en Marnie la ladrona, o una amnesia pertinaz que vela una verja negra y mortífera, un grito helado en la nieve y la cara de pasmao que se le queda a Gregory Peck ya para siempre, ¿recuerdan Recuerda?.
     Pero la verdad es más cutre que las películas, con licencia de Torrente, el brazo tonto de la ley, y más allá de lo que de pintoresco haya en el relato del paciente, lo que se asoma y manifiesta en él es la tragedia cotidiana de su insatisfacción profunda que camuflada bajo el matorral sintomal redunda incansable y terca aferrada al lomismo.
     “Yo ya no se qué decir, ya te lo he contado todo y siempre es lo mismo”, es la queja rutinaria que emerge desde el diván mil veces cada día, y es lógico, pues el camino del análisis está empedrado de quejas y rutinas. Repetición fiel y necesaria del disco rayado que sustenta nuestras vidas. A ese pegote que obliga a la aguja al giro infinito le llamamos goce.
     Freud ya lo designaba como viscosidad de la libido, y desde él sabemos que está hecho de la misma substancia inefable que riega los sueños.
     ¿Quién no ha recibido la visita inquietante de ese sueño enigmático que tozudo y mudo vuelve y vuelve? Freud hablaba de regresión al punto de fijación. Luego lo llamó compulsión a la repetición, circuito vicioso que se hace cárcel, pesadilla o locura.
     “Cuando me viene la manía tengo que lavarme las manos equis veces, siendo equis siempre múltiplo de tres. Empecé por tres veces, luego seis, después nueve, y así cada vez más,... treinta, sesenta, noventa,... y si pierdo la cuenta tengo que volver a empezar. Es horrible, pero no lo puedo evitar, y no le veo salida. ¿Hay alguna salida doctor?.
     Salida, salida, mmmm.... digamos que sí, que salida hay, pero que lo que no hay es escapatoria. Porque la huida no es salida, tanto sea hacia delante como hacia atrás. La huida funda la persecución. Es más, la huida crea al perseguidor y nos hace forajidos, fora exidos. Cuanto más corres más ladran los perros, porque los perros huelen tu miedo y el miedo deja un rastro indeleble en el aire. Y no es el huir solo cuestión de piernas. Da igual que te dopes o que te escondas detrás del síntoma, se te ve el plumero. ¿Y qué decir de quien como el avestruz hunde la cabeza en un hoyo para no ver, mientras de su culo hace bandera?.
     No ver. No querer ver. No querer saber. De eso va el cuento.
     No querer que el cuento se acabe. No querer saber que el cuento se acabó. Esa es la historia.
     Es muy duro dejar de creer en los Reyes Magos.
     Es más duro todavía dejar de creer en los Reyes Malos.
     Nos aferramos desesperados al Hada Madrina, y nuestro anhelo le da alas y nuestro cuerpo varita. El precio es la Bruja Calixta y el Hombre del saco, estrellas invitadas de nuestros terrores nocturnos favoritos. Y es que da igual varita que escoba, sueño que pesadilla, pues ambos son el verso y el reverso del mismo engaño, las dos caras de la misma mentira. Y ya se sabe que la mentira vende. Por un tubo. Ignoro si los limones salvajes del Caribe existen tal cual. De lo que estoy seguro es de no ver ni atisbo en el gel con el que me ducho cantarín, y quien tenga alguna duda que se atreva a leer su fórmula cualitativa.
     En fin, perdidos al río, cometamos el penúltimo pleonasmo: la verdad es cutre, y no está bien vista y a veces huele y a menudo duele. Esa es la cruda realidad, pero sólo la verdad limpia y disuelve el pegote de chirla que hace de nuestra vida mierda. Sin perdón.
     Hay que frotar y frotarse mil veces con las palabras y limarse en su filo para dar a luz la palabra plena y desnuda. Combinación nueva de los viejos dichos que propicia un decir distinto, un sentido diferente. Progresión significante que precisa del crisol inconsciente, y donde una vez más, son los sueños los testigos fieles, si no los agentes, de esa laboriosa metamorfosis: Aquí se hace preciso hablar de la progresión onírica, tema apasionante donde los haya, pero eso ya es materia del milenio que viene.

     Quedan emplazados para la ocasión. Agur.

                                                                                       Mamouna, julio de 1999